El fruto y la marcha
22 En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, 23 humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas. 24 Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. 25 Si el Espíritu nos da vida, andemos guiados por el Espíritu. 26 No dejemos que la vanidad nos lleve a provocarnos y a envidiarnos unos a otros.
Gálatas 5:22-26 NVI
Vemos que Pablo usa dos metáforas para hablar de la vida en el Espíritu.
Primero, Pablo usa una figura simple de agricultura: la obra del Espíritu es un fruto. No se trata de algo automático, inmediato ni espontáneo. Toma tiempo. Esto quiere decir que, como todo fruto, este debe ser cultivado con dedicación y cuidado. Curiosamente, el lenguaje de fruto de Pablo tiene mucha semejanza al lenguaje de la vid y los pámpanos que usó Jesús para enseñar a sus discípulos: “Los que permanecen en mí y yo en ellos producirán mucho fruto porque, separados de mí, no pueden hacer nada” (Juan 15:5).1 Pero, ¿a qué nos referimos con cultivar el fruto del Espíritu?
Podríamos decir — al menos en gruesos términos— que cultivar un fruto implica regar con la cantidad de agua adecuada, arrancar las malezas, asegurarse de que la tierra esté en las mejores condiciones y prevenir bichos e infecciones. Trabajar y esperar. Recordemos: Toma tiempo. Un cultivador sabe bien que no se puede plantar algo y dejarlo desatendido a su suerte. Lo mismo ocurre con nuestra vida Espiritual. La semilla —el don del Espíritu— que hemos recibido mediante la fe en el Mesías (Gálatas 3:2) debe ser cultivada en la gracia a fin de que dé mucho fruto. Sí, es cierto, es Dios quien produce por gracia el fruto del Espíritu, sin embargo, necesitamos cultivarlo a fin de que podamos disfrutarlo y compartirlo con los demás.
Luego, Pablo utiliza una metáfora muy vívida que suele pasar desapercibida: “Si el Espíritu nos da vida, andemos guiados por el Espíritu”. El apóstol no usa las típicas palabras para caminar o andar. Originalmente, se trata de palabras con una connotación de marcha militar. Es sabido que los militares son entrenados para caminar en orden, siguiendo un ritmo, una distancia y una línea. Pablo tiene en mente esto mismo. “Si el Espíritu ordena una media vuelta, no debemos seguir en línea recta. Si el Espíritu dice que debemos girar a la izquierda, no giramos a la derecha.” Pablo nos invita a marchar siguiendo el ritmo, la dirección y la línea del Espíritu en toda nuestra vida, tanto individual como comunitariamente.2
Pero, ¿cómo se cultiva el fruto del Espíritu? ¿Cómo se aprende a caminar (marchar) siendo guiados por él? Me atrevo a proponer que la mejor manera de cultivar el fruto del Espíritu en las comunidades de creyentes es llevando un enfoque litúrgico de la vida cristiana. Esto implica llevar ritmos de vida comprometidos con la lectura de la Palabra, la oración, la adoración, la confesión de pecados, la comunión, el compañerismo, la generosidad, y el servicio mutuo en amor sacrificial.
La liturgia como discipulado
16 Que habite en ustedes la palabra de Cristo con toda su riqueza: instrúyanse y aconséjense unos a otros con toda sabiduría; canten salmos, himnos y canciones espirituales a Dios, con gratitud de corazón. 17 Y todo lo que hagan, de palabra o de obra, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por medio de él.
Colosenses 3:16-17 NVI
Usualmente, este pasaje se lee como una serie de instrucciones que cada uno debe obedecer por su propia cuenta. Sin embargo, no debemos perder de vista el enfoque comunitario de las palabras de Pablo: ustedes… unos a otros.
Pablo enfatiza que la palabra de Cristo debe guiar todo lo que hacemos cuando nos reunimos como su pueblo. Precisamente aquí es donde podemos comenzar a ver, quizás de manera muy incipiente, la importancia de la liturgia y su impacto en el discipulado. Es en la liturgia dominical donde la Palabra de Dios es leída, cantada, orada, predicada, encarnada en la Cena, y enviada al mundo cuando somos despedidos y regresamos a nuestros hogares, trabajos, colegios y barrios. Es a través de estas prácticas dominicales que comenzamos a ser formados y discipulados en comunidad: unos a otros.
Por así decirlo, la liturgia es la instancia principal que nos ayuda a cultivar el fruto del Espíritu en nuestras vidas e iglesias. Cada domingo, nuestras secas y necesitadas almas son regadas con su refrescante agua de vida mientras oramos y cantamos a él; las malezas de nuestros pecados son arrancadas cuando confesamos y recibimos su perdón y renovación; nuestros corazones son removidos para ser buena tierra cuando somos confrontados y animados por la predicación; y nuestros oídos son expuestos constantemente a la verdad para prevenir los bichos e infecciones —las mentiras— del mundo.
También, es en la liturgia donde aprendemos a marchar de acuerdo al ritmo, la dirección y la línea del Espíritu como un mismo cuerpo. Es en la adoración donde nuestros pasos son sincronizados al ritmo del Espíritu; es por la predicación que escuchamos la dirección del Espíritu que nos indica si debemos girar, caminar o detenernos; y es en la comunión —la Santa Cena— donde somos equipados y capacitados por la presencia misma de Jesús para llevar a cabo su misión como su iglesia en el mundo.
La liturgia dominical es, quizás, el medio de gracia central que Dios nos ha concedido para reconfigurar nuestras mentes, afectos, imaginación, deseos y hábitos. El domingo, por así decirlo, es donde aprendemos cómo vivir el resto de la semana.
Roguemos a Dios que nos permita llevar vidas litúrgicas de discipulado y misión siendo guiados por el poder del Espíritu y su Palabra dando fruto en amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio.3
Ver Juan 15: 1-8.
Ser como Jesús: Cómo cultivar el fruto del Espíritu, Christopher Wright.
Gálatas 5:22-23 NVI.