Introducción
Un medio de gracia olvidado
La oración es reconocida como un elemento central en la vida cristiana. Es a través de la oración que podemos comunicarnos con Dios. Sin embargo, son pocos los cristianos que realmente llevan vidas comprometidas de oración individual y comunitaria. La historia de Jesús y sus discípulos que no permanecieron en oración en el Getsemaní (Mateo 26:36-46) parece replicarse en nuestros días.1
El desuso del Padre nuestro
Si la oración es un medio de gracia olvidado, ¿cuánto más lo es la oración del Padre Nuestro? Hay muchos argumentos que buscan justificar el desuso de la oración que Jesús nos enseñó: no la uso porque es católica romana, es vana repetición, no es un mandamiento, lo espontáneo es más genuino, etc.
De hecho, muchos cristianos de la actualidad desconocen por completo el uso del Padre Nuestro y otras oraciones escritas en la vida devocional y litúrgica en la historia de la iglesia.2 Pero eso es tema para otra oportunidad.
Una guía de oración
Ahora, siendo sinceros, son pocos los cristianos que realmente han recibido instrucción en sus iglesias locales acerca de qué es la oración y cómo orar. También, debemos reconocer que muchos cristianos oramos mal, es decir de acuerdo a nuestros propios deseos desordenados (Santiago 4:3). Esta falta de conocimiento y egocentrismo tienen un impacto negativo en la vida de oración de los creyentes, ya que no logran experimentar de manera profunda sus beneficios para el crecimiento espiritual.
A través de esta serie llamada Enséñanos a Orar, queremos animarlos a conocer, valorar y practicar la oración que el Maestro nos enseñó. Nuestro deseo es que podamos sobrepasar cualquier prejuicio hacia esta oración escrita, pero también que aprendamos a usarla como una guía o ruta de oración diaria. Vengamos juntos ante el Señor para rogarle como aquel discípulo: ¡Señor, enséñanos a orar! (Lucas 11:1).
En este primer post revisaremos las primeras líneas de la oración que Jesús nos enseñó:
Padre nuestro que estás en el cielo,
Santificado sea Tu Nombre…
Mateo 6:9 RVC.
“Padre Nuestro”
Hijos adoptivos gracias al Eterno Hijo de Dios
Es cierto que podemos llamar a Dios nuestro Padre. Sin embargo, debemos reconocer que esto no siempre fue así. La palabra nos enseña que éramos hijos de este mundo, merecedores del justo juicio de Dios, apartados de las bendiciones y promesas del pacto (Efesios 2:3; 12). Esta era nuestra condición antes de ser adoptados por gracia en la familia de Dios.
No obstante, la Palabra también nos enseña que en Jesús hemos recibido el gran amor del Padre, quien nos ha recibido y llamado sus hijos (1 Juan 3:1). El Hijo Eterno de Dios, el Unigénito de Dios, engendrado desde la eternidad, no creado, descendió de los cielos para que podamos ir al Padre (Juan 14:6; Efesios 1:5). En otras palabras, fue Dios mismo quien nos adoptó como sus hijos a través de la maravillosa obra de redención del Mesías, Jesús el Señor.
Es por esto que cuando oramos a Dios diciendo “Padre nuestro”, debemos hacerlo con profunda humildad y gratitud. Es una oportunidad para reconocer que estábamos perdidos pero que por su gracia fuimos encontrados. Fue Dios quien nos llamó a su familia y nos salvó cuando todavía éramos parte del mundo y estábamos muertos en nuestros pecados (Efesios 2:4-5). Entonces, las palabras “Padre nuestro” son motivo de gozo y agradecimiento por nuestra adopción y redención por el Padre en Jesucristo, el Hijo de Dios.
Miembros de una gran familia
Por otro lado, cuando oramos “Padre nuestro” también somos recordados que somos parte de una gran familia de hijas e hijos de Dios. No decimos “Padre mío”, sino que reconocemos que Dios nos ha incorporado a un pueblo, una familia. En otras palabras, el “Padre nuestro” tiene implicancias comunitarias, pues nos lleva a vivir la vida cristiana en compañía de otros.
El “Padre nuestro” nos enseña que no podemos llamarnos hijos de Dios pero ignorar la comunión con su iglesia, su pueblo, su familia de hijos e hijas. Estamos llamados a vivir y caminar con otros, independiente de nuestras diferencias e incomodidades.
Sabemos que toda familia tiene personas complicadas, de hecho nosotros mismos podemos ser complicados para los demás. Sin embargo, si somos hijos de Dios debemos reconocer que estamos llamados a vivir en comunión con la familia de hijas e hijos que él ha formado. No tenemos opción. ¿Pero qué significa vivir en comunión con otros?
Comunión en servicio y amor
Jesús, el Hijo de Dios vino a servir y no a ser servido. Pensemos por un segundo. Aquel que es Dios desde la eternidad, se humilló para servir a una humanidad quebrada por el pecado, la muerte y las tinieblas (Marcos 10:45). De hecho, Pablo tomó este mismo ejemplo de la vida del Hijo de Dios como algo que debía ser imitado por los creyentes y cada comunidad (Filipenses 2:1-11). Si este es el espíritu de Cristo, entonces debemos conformarnos a su imagen. El servicio a los demás no es opción. Es parte de ser hijos de Dios.
Igualmente, Jesús mismo afirmó que la verdadera vocación humana es amar a Dios y amar a los demás (Mateo 22:36-40). Jesús no estaba reinventando nada, simplemente estaba resumiendo todo el espíritu de la ley. Él mismo se ocupó de mostrarnos lo que significa ser humano en el sentido más profundo: amando a Dios y a los demás. Jesús vivió la vida perfecta no solamente porque cumplió toda la ley, sino porque amó a Dios y a sus semejantes hasta la muerte, muerte de cruz.
Entonces, cuando llamamos a Dios “Padre nuestro” debemos considerar lo que antes hemos dicho: hemos sido adoptados por gracia para ser miembros de una familia que vive en servicio y amor mutuo reflejando al verdadero Hijo de Dios.
“Que estás en los cielos”
El lugar de Dios
La oración nos enseña que Dios “está en los cielos”, pero ¿qué significa esto realmente? Sabemos que Dios es omnipresente, es decir, que su presencia no se encuentra confinada a un espacio único y que siempre está presente. Sin embargo, su presencia no siempre es evidente para nosotros. Entonces, ¿por qué oramos diciendo “Padre nuestro que estás en los cielos”?
En honor al tiempo, diremos que la oración nos recuerda que Dios es distinto a nosotros en el sentido más profundo. Dios está reinando sobre todas las cosas en su trono celestial y la tierra es el estrado de sus pies (Isaías 66:1). Por lo tanto, si bien podemos llamar a Dios Padre nuestro, no debemos olvidar que nos estamos dirigiendo al Ser más perfecto y sublime, al Dios Creador y Redentor del cosmos, a Aquel que es desde la eternidad hasta la eternidad. Cuando oramos “Que estás en los cielos”, inmediatamente somos recordados de nuestra pequeñez frente a la gloria de Dios.
Es como si la frase nos enseñara de manera balanceada dos verdades: Dios es nuestro Padre amoroso, cercano y personal. Pero al mismo tiempo Dios es distinto a nosotros, pues habita en luz inaccesible (1 Timoteo 6:16). Entonces, venimos en confianza pero también en reverencia ante nuestro Dios y Padre. Ciertamente cuando nos dirigimos a Dios en oración nos acercamos al inefable misterio de su Ser divino, venimos ante Aquel que no puede ser contenido ni por los cielos de los cielos (1 Reyes 8:27).
Al mismo tiempo, cuando oramos diciendo “que estás en los cielos” recordamos que Dios está sobre todo, reinando todo. Nada escapa de su soberanía. Podemos descansar en su poder y justicia en medio de cualquier circunstancia pues él reina (Éxodo 15:18).
“Santificado sea tu Nombre”
Pidiendo bien
Puede ser que la frase “Santificado sea tu Nombre” sea una de las más desconocidas para nosotros. ¿Cómo puede ser Dios más santo? ¿Qué significa santificar el nombre de Dios?
Cuando oramos diciendo “Santificado sea tu Nombre” no nos referimos a que Dios necesita ser más santo. Nuestra primera petición es que el Nombre de Dios sea adorado, glorificado y reconocido por todos. Y en ese sentido, nosotros claramente tenemos una labor que realizar: ser santos como Aquel que nos llamó es Santo (Levítico 11:44; 1 Pedro 1:15-16). Ahora, ¿qué es la santificación?
La Biblia nos enseña que distintos elementos, lugares y personas podían ser santificadas o consagradas para el servicio exclusivo a Dios (Levítico 8). Entonces, volviendo a nuestra oración, cuando decimos “Santificado sea tu Nombre”, estamos rogando a Dios que nos permita ser sus sacerdotes en medio de este mundo, para su servicio y adoración. Una de las vocaciones de la iglesia tiene que ver con ser la sal y luz del mundo, a fin de que el Nombre de Dios sea glorificado y adorado por todos (Éxodo 19:5-6; Levítico 4:32-38; Mateo 5:14; Isaías 60:3; 1 Pedro 2:9).
Por otro lado, estamos llamados a llevar sobre nosotros el nombre de Dios de manera digna (Éxodo 20:7), pues por nuestra desobediencia, inmoralidad, codicia, injusticia, idolatría y maldad este puede ser profanado (Levítico 20:1-5; 22:2; Ezequiel 20:39; 43:4-10). Puede parecernos extraño, pero Dios nos ha confiado su Nombre delante del mundo. Nuestro testimonio es valioso puesto que con él podemos santificar o profanar el Nombre del Señor delante de los demás.
Conclusión
Originalmente, solamente el pueblo de Israel fue llamado el hijo de Dios entre las naciones (Éxodo 4:22; Oseas 11:1). Sin embargo, por medio del Eterno Hijo de Dios, hoy tenemos el privilegio de ser adoptados en su familia y ser llamados hijos de Dios (Juan 1:12; Efesios 1:5; 1 Juan 3:1).
En el AT, Dios proveyó a su pueblo un rico sistema de adoración por medio de sacrificios, ofrendas, sacerdotes, el Tabernáculo y las fiestas (Éxodo 36:8–40:33; Levítico 1–8; 23). Hoy tenemos el gran privilegio de acercarnos a Dios a través de nuestro mejor sacrificio, ofrenda, sacerdote, Tabernáculo y fiesta: Jesús el Mesías, el Hijo de Dios (Hebreos 4:14-16; 7:).
A través del Cordero de Dios podemos acercarnos al Padre Nuestro que está en los cielos y disfrutar de su bendición para ser santificados en su presencia y ser sus testigos en el mundo.
Que dios nos permita considerar la hermosa, profunda y llena de gracia bendición que significa poder orar “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre…”.
Según el Pew Research Center Data 2025, el 44% de los cristianos adultos de los Estados Unidos afirma orar al menos 1 vez al día.
La primera iglesia siguió la tradición de las sinagogas. Sin embargo, con el tiempo las dinámicas de oración fueron cambiando en horarios y participantes. De hecho, el Padre Nuestro solía usarse en la Santa Cena y en el Bautismo (Justo L. González, Teach Us to Pray).