Leyendo Números 18-19
En otro post, hice un recorrido del libro de Números hasta el capítulo 17. En esta oportunidad, quiero mencionar algunas ideas de mi lectura de Números 18-19, principalmente centrándome en la función, retribución y el servicio de los sacerdotes y levitas en medio del campamento de Israel.

Rebelión, juicio y misericordia: Números 11-17 (Éxodo 32-40) como telón de fondo
Necesitamos situar Números 18-19 dentro de la narrativa más amplia. Estos capítulos se encuentran precedidos por varios episodios de rebeldía: los hermanos de Moisés, ciertos líderes del pueblo, algunos levitas y el pueblo mismo. Si leemos los acontecimientos de Números 11-17 veremos que se repite, una y otra vez, la rebeldía de Israel en contraste con el juicio y la misericordia de parte de Dios.
Considerando lo anterior, podríamos decir que el final del capítulo 17 de Números resume de buena manera la crisis relatada en Números 11-17. Leamos Números 17:10-13:
10 El Señor dijo a Moisés: «Vuelve a colocar la vara de Aarón frente al arca con las tablas del pacto, para que sirva de advertencia a los rebeldes. Así terminarás con las quejas en contra mía y evitarás que mueran los israelitas».
11 Moisés hizo todo tal como el Señor se lo ordenó. 12 Entonces los israelitas dijeron a Moisés: «¡Estamos perdidos, totalmente perdidos! ¡Vamos a morir! 13 Todo el que se acerca al santuario del Señor muere, ¡así que todos moriremos!».
¿Qué sucede aquí? Bueno, para simplificar podríamos decir que el pueblo tuvo miedo y se dieron cuenta de que su rebeldía y constante pecado ponía en riesgo sus propias vidas al contar con la manifestación de la gloriosa presencia del tres veces santo Dios Trino en medio de ellos. Temieron porque lograron comprender que tener a Dios en medio de ellos era, al mismo tiempo, una bendición si guardaban su palabra pero un peligro si eran rebeldes y no caminaban conforme a sus mandatos.
El temor del pueblo fue tal que estaban aterrados de estar cerca del santuario —tabernáculo— al ver el juicio de Dios hacia quienes se habían rebelado contra Dios y sus siervos (Moisés y Aarón). Dicho de otra forma, el pueblo estaba entendiendo la importancia de la labor de los sacerdotes y levitas como sus representantes e intercesores delante del Dios santo. En definitiva, necesitaban un intermediario para presentarse delante del Señor.
El peligroso ministerio de los sacerdotes y levitas: Números 18-19
Lo primero que debemos considerar es la importante y peligrosa labor que tenían los sacerdotes y levitas de Israel al servir en el tabernáculo. Era una tarea que les entregaba un gran honor al estar al servicio de Dios y tener acceso a las cosas sagradas, pero al mismo tiempo ponía en riesgo sus propias vidas. Debían ser prolijos y estar completamente consagrados.
Si el servicio en el tabernáculo no se realizaba de la manera que Dios había establecido en sus leyes, entonces los levitas y sacerdotes podían morir (Levítico 10). De hecho, una de sus tareas era guardar que nadie fuera más allá de los límites que habían sido dados por Dios en el campamento y el tabernáculo. En cierta medida, los levitas eran guardianes del tabernáculo pero también de la vida de los despistados o curiosos desobedientes del campamento (Números 18:1-4).
Es por esta misma razón que la labor sacerdotal y levita es muy bien retribuida con diezmos, primicias y ofrendas. Ya que estas personas habían sido elegidas por Dios para el servicio en el templo arriesgando sus propias vidas, también eran retribuidas por Dios mismo al entregarles el privilegio de tomar parte de los diezmos, ofrendas y primicias que el pueblo traía en adoración a Dios. De hecho, esto es lo que vemos en Números 18-19: un recordatorio de los deberes que debían realizar los sacerdotes y levitas de Israel, pero también de la recompensa que debían recibir por su servicio a Dios y al pueblo.
Cabe destacar que la recompensa de los sacerdotes y levitas también buscaba compensar el hecho que ellos, a diferencia de las demás tribus de Israel, no iban a recibir tierra por heredad una vez en Canaán. Su porción-herencia era Dios mismo (Números 18:21-24).
Por un lado, Números 18-19 es un pasaje que vuelve a destacar el importante y crítico servicio sacerdotal y levítico en el campamento de Israel a la luz del juicio de Dios desplegado ante los previos episodios de rebeldía y desobediencia de líderes, levitas y todo el pueblo de Israel (Números 11-17). A través de estos juicios, el ministerio y la autoridad de Moisés y Aarón habían sido ratificados delante del pueblo.
Por otro lado, Números 18-19 ratifica la posición privilegiada que tenían los sacerdotes y levitas al ser los exclusivos encargados del servicio ritual en el templo, la manipulación de la sangre de los sacrificios y los utensilios del santuario. Dios había establecido un claro orden asignando personas, fechas, procedimientos y elementos para la purificación del campamento y el santuario.
Un breve apunte acerca de la impureza ritual
En la Biblia se relatan varios episodios de rituales y sacrificios que se solían realizar en el mundo antiguo como método de purificación. Pero, ¿de qué se trata esta contaminación y por qué era tan importante conservar el santuario —y el campamento— puro, es decir, libre del contacto con cadáveres, fluidos-secreciones corporales y enfermedades cutáneas?
Sé que hay muchas preguntas con respecto a los rituales y sacrificios antiguos, sobre todo desde el mundo posmoderno racionalista-materialista-cientificista en el que vivimos. Algunos consideran estos rituales o ideas como algo ridículo o arcaico. Sin embargo, me gustaría simplificar las cosas para que logremos captar el fondo del mensaje: en el imaginario judío antiguo existía la idea de que Israel debía purificarse de todo lo que tuviera relación o contacto con la muerte, ya que el Dios de la vida habitaba en medio de ellos. Presentarse delante del Dios de la vida contaminado por la muerte, resultaba en la muerte de las personas y ponía en “riesgo” la bendición de contar con la presencia manifiesta de Dios en medio de ellos. En otras palabras, todo aquello que representaba lo imperfecto, la pérdida, la muerte, el despropósito y la enfermedad; no podía convivir con la manifestación de la gloria de la presencia del Dios perfecto, de la abundancia, la vida, la sabiduría y la plenitud.1
De hecho, las faltas morales también podían ser entendidas de la misma manera. La injusticia, la explotación de los desvalidos, la fornicación, el adulterio, la codicia, el asesinato, el robo, la corrupción y la idolatría, entre otras, eran pecados que contaminaban la tierra y provocaban no solo la ira de Dios, sino también que la gloriosa manifestación de la presencia de Dios abandonara el campamento, es decir, al pueblo.2
Lo anterior es muy gráfico y nos provee la racionalidad teológica-moral para entender de mejor manera el exilio del pueblo de Israel en Babilonia: contaminaron con su pecado la tierra que Dios les había dado y fueron expulsados de ella. Lo mismo puede apreciarse en Génesis 3-4, Génesis 6 y Génesis 11, pero eso es materia para otro momento.
Si bien hoy es común entender el pecado como algo meramente moral, en el mundo antiguo este era entendido de manera más amplia. Por ello, ciertas impurezas, especialmente la muerte, resultaban contagiosas y debían ser purificadas usando los métodos que Dios había establecido y provisto para su pueblo (Números 19: agua, un período de tiempo, sangre, cenizas, entre otras). De hecho, la mayor parte de los sacrificios y rituales no eran métodos para buscar el perdón de Dios solamente por las faltas morales, sino más bien para corregir las impurezas rituales que ponían en riesgo la vida de los Israelitas delante del Dios tres veces santo.

Leyendo Números 18-19 a la luz de Jesús y la iglesia
Si bien Números 18-19 se centra en el servicio de los sacerdotes y los levitas en el antiguo campamento de Israel, necesitamos comprender que sigue siendo de relevancia para la iglesia del Señor hoy.
No es simplista afirmar que necesitamos comprender el ministerio sacerdotal y levítico del Antiguo Testamento a la luz de la obra y persona de Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios encarnado. Sin duda, tal como afirman varios pasajes del Nuevo Testamento, Jesús es el mejor y mayor sacerdote, el único y exclusivo intermediario entre Dios y los hombres. En Jesús se cumple de manera perfecta y final el ministerio sacerdotal y levítico del Antiguo Testamento.
Ya no contamos con estos oficios ni con el sistema ritual-sacrificial del antiguo Israel. No porque fuera torpe, arcaico o pasado de moda, sino porque Jesús es la mayor y mejor expresión del sistema ritual y sacrificial. Aquello era una guía temporal mientras se cumplía la encarnación del Mesías, quien es el definitivo sacerdote y sacrificio para la purificación de nuestros pecados.3
Una aplicación práctica de esto es comprender que Jesús es el único y exclusivo camino de reconciliación para con Dios. Esta labor no la puede ejercer un pastor, un ni un cura, ni una iglesia, ni un sistema teológico, ni una denominación. Nuestra comunión con Dios depende únicamente de la maravillosa obra salvadora de nuestro sumo sacerdote: Jesús el Mesías, verdadero Dios y verdadero hombre. En palabras de Gordon Wenham:
“El sumo sacerdocio de Aarón claramente prefigura la de nuestro Señor, y Hebreos 4-10 explica cómo el sumo sacerdocio de Cristo supera en cada respecto a aquel del antiguo pacto.”4
Entonces, ¿qué hay del servicio y el ministerio de hombres y mujeres en la iglesia de hoy? ¿Son especiales o tienen algún tipo de privilegio-honor por sobre los demás? Estas son preguntas válidas y tenemos la tarea de buscar sabiduría de parte de Dios para responderlas.
Es cierto, cada creyente tiene acceso a Dios a través de Jesús, sin embargo, todavía podemos aprender un principio relevante: aquellos que son llamados por Dios al servicio y al santo ministerio en la iglesia son dignos de ser considerados y retribuidos por su labor y servicio a Dios y la iglesia.
De hecho, Pablo y Jesús nos llaman a recompensar adecuada y justamente a quienes sirven en la iglesia (Mateo 10:9-10; 1 Corintios 9:3-10; 16:2; Mateo 23:23). Sin embargo, dicha autoridad para cuidar y guardar al pueblo del Señor está acompañada de la gran responsabilidad de vivir de manera ejemplar y santa delante de Dios y los demás (Hechos 20:28; Tito 1:5–2:10; 1 Pedro 5:1-3).
Finalmente, quienes sirven en la iglesia tienen un honor especial al darse al servicio de Dios y los demás. Sin embargo, aquello no los excusa de tener que rendir cuentas, de vivir santa y transparentemente y de recibir amonestación y disciplina en caso de faltar a la palabra de Dios. Las mujeres y hombres que sirven a la iglesia solamente tienen autoridad si viven conforme a la palabra de Dios dando claro ejemplo de sumisión a Dios y santidad a los demás.
La Biblia nos enseña que todos los creyentes pertenecen a un pueblo de reyes y sacerdotes (1 Pedro 2:9; Apocalipsis 1:6-8; 5:10). Pero también debemos recordar que la palabra nos recuerda que somos sus siervos, siervos inútiles que solamente hacen aquello que debían hacer (Lucas 17:10), vasos de barro frágiles que portan el tesoro invaluable del evangelio de Jesucristo (2 Corintios 4:5-7).
El servicio a Cristo está marcado por el ejemplo y la forma del ministerio sacrificial y amoroso de Cristo. En otras palabras, el servicio y el ministerio de los creyentes deben ser cruciformes, es decir, necesitan tomar la forma de la cruz del Mesías.
Dios nos ayude.
Puedes leer más de esto en estudios, artículos y comentarios de autores y eruditos como Michael Heiser, Gordon Wenham, Matthew Thiessen y Jacob Milgrom, entre otros.
Isaías 24:5; Jeremías 16:18; Levítico 18:24-28; Ezequiel 36:17; Números 35:33; Salmos 106:38, entre otros pasajes.
Puedes revisar este tema de manera más explícita en el libro de Hebreos.
Gordon J. Wenham, Comentario de Números (TOTC).